Notícia – El Llobregat, un río de sal
Font: El País
Las medicinas, la salinidad y la contaminación industrial amenazan a un cauce que en los humedales de su desembocadura alberga una reserva natural
En sus 175 kilómetros, el río Llobregat no descansa. En su día fue el más industrializado de España y antigua cuna de una especialidad tan catalana como el textil. Desde que nace en el Cadí hasta su desembocadura en el Prat de Llobregat, como el Ter, el río sufre la escasez de agua por la explotación de minicentrales, pero además añade la salinidad que le aportan los depósitos de las minas del Bages, la contaminación de su afluente Anoia y la que recoge al atravesar la industrializada comarca del Baix Llobregat. Además, es un río en el que, a diferencia del Ter y el Besòs, se ha detectado contaminación causada por restos de medicamentos.
En su desembocadura, desviada para facilitar la ampliación del puerto de Barcelona, el río conserva el 5% de sus humedales y la zona es Reserva Natural. En sus estanques, anidan, como antaño, el tarro blanco o la canastera.
Igual que en el Ter, las minicentrales del Cadí merman el caudal del Llobregat al extraer agua en exceso para producir energía. A diferencia del Ter, que tiene 98 minicentrales en 131 kilómetros, la cuenca del Llobregat y de su afluente el Cardener tienen 36. Pero ello no impide que los ecosistemas se degraden por falta de caudales mínimos. Isabel Muñoz, del Instituto del Agua de la universidad de Barcelona (UB), explica que “un ecosistema castigado reduce la calidad de sus aguas”.
Al menos, apunta Antoni Munné, técnico medioambiental de la Agencia Catalana del Agua (ACA), “el caudal del Llobregat puede regularse en la parte alta gracias a los pantanos”. Pero esto no deja de ser un parche. A pesar de un plan del ACA para garantizar los caudales mínimos, el problema es difícil de gestionar porque las minicentrales son concesiones fijas a particulares y sujetas a ley. Como en el Ter, estas se actualizaron en 1986 por 75 años y no caducarán hasta 2061. Munné apunta que “las concesiones de caudal en el Llobregat fueron más desproporcionadas que las del Ter”.
También en esta cuenca, la ACA negocia con los propietarios las concesiones para reducir la captación de agua o adaptar su explotación a la estacionalidad del río. Pero, como en el caso del Ter, los dueños “se muestran reacios a bajar la producción y dejar de ganar”, señala Munné.
El problema de la centrales hidroeléctricas es menor ante el de la salinidad. Según técnicos y expertos, el problema principal que afecta a gran parte del Llobregat es la alta concentración de sal de sus aguas. Isabel Muñoz añade: “Ya de por sí la cuenca es rica en cloruros sódicos”. Pero la concentración de residuos de sal en Súria y Sallent agrava la calidad del agua y los ecosistemas. Muñoz alerta de peligros como “la desaparición de especies por la falta de conectividad entre masas de agua con diferente nivel de sal”.
En Sallent hay dos montañas artificiales de sal: el Cogulló y la Botjosa, la primera, activa, y la segunda, inactiva. Ambas son residuos de la explotación de las minas de potasa de Iberpotash. El Cogulló mide 200 metros de alto y tiene un kilómetro de longitud.
El problema surge cuando la lluvia filtra la sal y esta llega a los acuíferos y al río. Albert Junyent, de la asociación Prou sal!, cuenta que “además la sal llega a los bosques y terrenos que rodean la montaña y mata la vegetación”. Para neutralizar estos daños, un foso rodea la montaña y drena las aguas que salen de ella conduciéndolas a un colector de salmueras que las lleva hasta el mar. Según Junyent, “vistos los daños en el bosque, ello no es suficiente” y añade que el colector de salmueras, construido en 1989, “ha tenido unas 300 fugas en 20 años”. En cambio, Iberpotash sostiene que “la gestión medioambiental de los depósitos es integral gracias al sistema de canales que trasladan el agua del colector al mar”.
Prou sal! lucha para que Iberpotash “restaure la zona” y propone “devolver la sal a la mina o llevarla al mar”. Pero la empresa explica que devolver la sal a la mina “es un proceso inviable que pondría en riesgo la seguridad de la instalación”. Prefieren aprovechar la sal como un recurso “para tratarla y comercializarla”.
En la parte baja, a la salinidad se añade la fuerte presión urbana, agrícola e industrial del Baix Llobregat. Ello genera contaminantes como el exceso de nutrientes, compuestos orgánicos, níquel, cloroformo y, recientemente, pesticidas, hormonas, y fármacos como antibióticos o antiinflamatorios. Estos residuos, explica Isabel Muñoz, “perjudican el ecosistema y las especies más sensibles como larvas de insectos o peces”. Los medicamentos y hormonas pueden causar cambios en los caracteres sexuales de peces, anfibios y moluscos (machos con gónadas femeninas y hembras con genitales masculinos).
Pero, igual que el Besòs, el Llobregat es un río mediterráneo por lo que, explica Narcís Prat, catedrático de Ecología de la UB, “su caudal es estacional y hay épocas en el que desciende notablemente como en verano”. Esto implica que el agua tratada que vierten las depuradoras no pueda diluirse por falta de caudal. Las soluciones que se propusieron en el caso del Besòs son extrapolables al Llobregat: Separar las aguas depuradas de las pluviales y reutilizar la primera para la industria. Aun así, la presencia de fármacos no disminuiría, porque, según Muñoz, “las Administraciones no están obligadas a controlar su presencia en los cauces”. Unas Administraciones que se enfrentan a dos problemas: La escasez de agua en los ríos y su contaminación.
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